En 1989, cuando me enfrenté a su obra por primera vez en el Palau Solleric de Palma de Mallorca, me quedé entre fascinada y espantada por lo que veía: auténticos cadáveres humanos (o trozos de ellos) y otros seres deformes o diferentes, como extraídos de Freaks (La parada de los monstruos. en España) que daban forma a una rara especie de bodegones surrealistas, auténticas naturalezas muertas. Entonces, imaginaba que el autor de tales imágenes debía ser un hombre mayor, enjuto, taciturno, sufrido, medio loco y absolutamente lúgubre. Indudablemente era un artista diferente, y yo (y mi curiosidad) en aquel momento, hubiéramos dado lo indecible por entrevistar a Joel-Peter Witkin (1939, Brooklyn, Nueva York).

Hete aquí que casi tres décadas más tarde y gracias a la exposición de Joel-Peter Witkin en la galería Michel Soskine de Madrid -dentro del Festival Off de PhotoEspaña, mi deseo (que permanecía en stand by) se ha hecho realidad. La muestra , magnífica, nos da la ocasión de empaparnos con el trabajo de este peculiar artista en una especie de micro retrospectiva, con obras recientes y algunos de sus trabajos más conocidos de los 80 y 90. Una vez más, frente a sus imágenes que hablan sin tapujos sobre lo grotesco, lo sagrado y lo profano, este licenciado en escultura y escritura que decidió resumir ambas carreras en la fotografía persigue la fenomenología de la violencia, la pasión, la religión, el sufrimiento y la muerte. Pero él dice que su trabajo “trata del amor secreto, el más profundo, maduro, llevadero y sagrado”.
La imaginería macabra de este neoyorquino, es repetidas veces comparada con la de Goya o El Bosco, y habitualmente, hace guiños a la iconografía de la historia del arte en sus escenografías para sus temas e ideas. Sus influencias van desde Giotto a los daguerrotipos del XIX, con frecuentes referencias temáticas y formales a la pintura barroca con sus naturalezas muertas y fuertes contrastes de luz y sombra.
Dios creó primero al hombre y luego a la mujer, y ya sabes, a veces las segundas creaciones son mejores que las primeras”. Joel-Peter Witkin.
La cuestión es que, tras conocerle en vivo y directo, he podido ratificar que las apariencias engañan. Este señor rellenito, tierno, dicharachero, que lleva unas divertidas gafas con montura de lunares de Marc Jacobs, pulseras en los brazos y tiene un sentido del humor muy a lo Woody Allen, es normal (dentro de sus limitaciones) y disfruta hablando con la gente. Lo cierto es que su vida da para mucho que contar y él, incluso en plan cotilla, te da detalles que jamás se te hubiera ocurrido preguntar. Eso sí, no esperes que tengan nada que ver con lo que le estás preguntando.

Con Joel-Peter Witkin es complicado, por no decir imposible, coger un camino directo hacia una respuesta. Mantener una conversación ordenada con él es igual que pedirle un vaso de agua a alguien que para complacerte va a la cocina, y entonces se da cuenta que hay ropa que tender en la lavadora, y cuando va a buscar las pinzas para hacerlo, descubre que uno de los cuadros en la pared está torcido, intenta enderezarlo, pero se cae el clavo, ¿dónde está el martillo? y vuelta a empezar. Mientras tanto, tú mueres de sed.

Una de las primeras conclusiones extraídas durante este encuentro fue que su destino le encaminaba al arte sí o sí. Su madre, italiana, quería ser pianista para películas de cine mudo; su padre, que no había acabado ni el colegio, porque durante la Gran Depresión del 29 tuvo que ponerse a trabajar, anhelaba ser violinista. Él se conformó con ser vidriero, ella, aún siendo muy creativa, fue contable toda su vida. Sin embargo sus tres hijos se tomaron la revancha; la hija mayor con el piano, Jerome el gemelo de Witkin con la pintura y Joel-Peter, con la fotografía. “Mi trabajo es lo que más me gusta -nos confiesa-. Me despierto cada mañana haciendo fotos y me acuesto por la noche, pensando en fotos, hay ocasiones en las que incluso sueño con fotografías”.

Desde el 74, cuando pasó una larga temporada en India meditando, no como carne. Es vegetariano por convicción. “A medida que uno envejece, es más difícil digerirla, te cansa y de todos modos no deberíamos ser carnívoros y ni siquiera deberíamos tener zoológicos, ni animales en jaulas. Yo vivo en un rancho y tengo cinco caballos. Mi mujer, los amaba tanto que vivía con ellos”.
Representado por seis galerías entre Europa y los Estados Unidos, y con obras en las colecciones de los museos más prestigiosos, desde pequeño estuvo claro que Witkin iba a tener una relación de tú a tú con la muerte. Tanto es así, que incluso nació codeándose con ella: su madre esperaba trillizos, uno no sobrevivió. La Parca le daba la bienvenida a la vida guiñándole un ojo. Luego, hay otra historia más conocida y bastante espeluznante en su infancia, a la que Witkin le achaca su peculiar mirada. Siendo tan solo un niño presenció un accidente de tráfico frente a su casa, en el que resultó decapitada una niña.
El ser humano es el único ser vivo con imaginación”. JP. W.
“Era domingo, mi madre nos acompañaba a mi hermano y a mí a la iglesia. Mientras íbamos saliendo hacia el portal, escuchamos un estruendo increíble, gritos y pedidos de auxilio. Había habido un choque con tres coches y tres familias involucradas. De algún modo, en medio de la confusión, yo ya no estaba cogido de la mano de mi madre. Desde la acera, pude ver algo rodando de uno de los automóviles volcados que se detuvo donde yo estaba. Era la cabeza de una niña. Me agaché para tocarle la cara y hablar con ella, pero antes de que pudiera hacerlo alguien me alejó de allí.”

Luego, entre 1961 y 1964, fue reclutado por el ejército y estuvo en la Guerra de Vietnam como fotógrafo. Una de sus tareas era documentar los cuerpos de los soldados que se habían suicidado o fallecido en accidentes de entrenamiento. Con estas vivencias no es de extrañar que asegure que no le tiene miedo a la muerte, es más confiesa que la está esperando. “Cuando estuve en la India (en 1974), me di cuenta que en Occidente, tenemos muchísimas ataduras, la primera con nuestras vidas, sin saber qué hay más allá, sin entender porqué nacimos, por qué estamos vivos o porque vamos a morir. Mi trabajo está dirigido a descubrir una realidad absoluta, no la de un concepto científico, sino la que va más allá de una comprensión simple. Si nos ponemos a pensar en lo que es la historia, la buena, está hecha de descubrimientos. Nuestro objetivo es descubrir quiénes somos y cuál es el propósito de nuestras vidas para mejorarlas. Se trata de encontrar la luz e iluminar la oscuridad de nuestra confusión. Yo estoy rebosante de esperanza. De hecho me he comprometido a hacer una dieta porque mi metabolismo está más lento. Antes iba al urólogo una vez al año y ahora me hago chequeos con un dermatólogo… Ya sabes todo se va haciendo más pequeño”, concluye riendo.

Detrás de esa afirmación hay un señor profundamente creyente, de hecho lleva una cruz rusa colgada al cuello que perteneció a su esposa, recientemente fallecida. “Mi padre era judío ortodoxo, mi madre italiana y católica. Se divorciaron por sus diferencias irreconciliables y ella nos crió como católicos. Para mí la muerte no es el final, sino el comienzo de la vida eterna. La vida es una prueba espiritual, moral y psicológica. Hay un dicho ruso que dice “La vida no es un paseo por campo abierto, sino que hay que ser lo suficientemente fuerte para poder superar los infinitos obstáculos y problemas que se te presentan en el camino. Algunas personas lo logran y otras no”.

Respecto al sexo, muy presente y de un modo algo brutal y nada convencional en sus composiciones, su visión es bastante coherente con su primera vez o, mejor dicho, con sus dos primeras veces. A los 16 años perdió la virginidad de un modo peculiar. “Estaba de visita en un freak-show, de esos en los que se exhiben personas raras, con malformaciones, la mujer barbuda, etc. y allí tuve sexo con Albert Alberto un hermafrodita, pero solo sexo oral”, puntualiza. Luego fue más a fondo con y en la cuestión con una prostituta negra “que era hermosa, increíble. Yo estaba terriblemente nervioso, era tan católico que en mi cabeza me decía ‘voy a ir al infierno’. Al irme de allí salí corriendo hacia la iglesia y a las dos de la madrugada desperté al cura y pedí confesarme”. A partir de entonces su vida sexual, según dice, se desarrolló con absoluta normalidad.
Witkin explica que el fetichismo que sazona sus fotografía “tiene que ver con el deseo, no con la realidad. Podría decir que la sexualidad es mi madre…”
¡Qué! Perdón: ¿¡Ha tenido sexo con su madre!?
Partiéndose de la risa, por mi cándida pregunta (e imagino por mi cara de incredulidad) me responde:”Cuando nacemos todos tenemos sexo con nuestras madres, pero solo de salida, no de entrada”.

Esta entrevista es muy surrealista, le digo: “Es que tengo mucho sentido del humor, sobreviví a demasiadas cosas, conflictos, dolor y tragedias, y por lo general, dejo todo eso a un lado y miro las situaciones desde fuera en lugar de engancharme y confundirme. Cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad de elevar nuestra existencia, de hacerla mejor, de sacarla de la confusión, la oscuridad y de nuestra propia estupidez, aunque una gran mayoría no tiene esa valentía”.

La moral y la religión también son un tema recurrente en sus fotos y, cómo no, es algo que también arrastra desde su más tierna infancia. “Cuando era pequeño, a los siete años, especialmente en Semana Santa, yo olía a perfume de rosas”, comenta, entre los millones de cosas que salen a la luz durante nuestra charla. “Mi madre creía que yo me ponía perfume, pero era mi olor natural. Yo sorprendido, entonces creía que debía ser alguien especial, un elegido que había sido untado con algún propósito espiritual. De alguna manera algo loca, recuerdo que en aquella época tuve una especie de visión de la vida, que me hizo prometerme que sería responsable de todo lo que produjera. Fue un aprendizaje”.
La creación no acabó al sexto día, sino que continúa a través nuestro”. JP.W.
Comenzó a hacer fotografía a los 11 años y lo retomó más en serio a los 16. “Las fotos que hacía entonces, sofisticadas, mucho más de lo que yo era, complejas y con formas integradas que iban más allá de mi entendimiento y mi madurez. Sin terminar de comprender lo que hacía, pensé: debería seguir haciendo esto”. Y por lo visto, se hizo caso.

Mister Witkin ¿cree usted en el cielo y en el infierno?: “Pienso que hay un infierno y es el de los que son malos artistas y de la gente que odia la vida y pretende reducir la de los demás, son personas demasiado tristes por dentro y siempre por una elección que han hecho ellos mismos. En mi caso yo voy detrás de la muerte, porque la vida es una parte mínima de una existencia eterna y aunque suene a fantasía es absolutamente real. Yo quiero estar en el cielo sabiendo cosas que no pude aprender en la tierra: la sabiduría, el conocimiento, el amor, la santidad y eso es lo que es todo. Pensar que la vida acaba aquí es totalmente estúpido. Cada hoja de un árbol es diferente, cada oreja de un perro y cada alma es diferente y todo esto no se pudo hacer mediante una extraña ocurrencia, sino por una fuerza consciente deliberada. ¡Y en eso creo!
¿Es su creencia? “Sí, pero si creer es parte de una religión, lo importante es que si lo crees, es una realidad más que una creencia”.

Dejemos la fe de lado y hablemos de asuntos más terrenales como su manera de trabajar. Witkin para dar forma a sus composiciones, primero esbozando sus ideas sobre papel y las perfecciona con los más mínimos detalles antes de situarse tras la cámara, por cierto, analógica. Su oscura visión se configura al manipular rasgando manual y deliberadamente los negativos que darán origen a esas imágenes envejecidas, muy en sintonía con la naturaleza perecedera de la propia fotografía.
Lo suyo, principalmente es el blanco y negro, “porque enseñan una realidad más poderosa y mística que el color. Yo solía hacer impresiones de color cuando trabajaba en el New York Times y era muy bonito, pero como dijo Robert Frank; ” Blanco y negro son los colores de la fotografía”, y eso lo aprendí siendo adolescente. Tengo fotografías pintadas en color, solo porque lo disfruto al hacerlo, pero para mí el color supone demasiada realidad real”.

Witkin estuvo fugazmente en Madrid dos días y medio, de los cuales dedico dos tardes para visitar el Museo del Prado. Llevaba 15 años sin visitarlo y necesitaba recuperar el tiempo perdido. Con mucha paciencia se tragó horas de hacer una larga cola bajo el inmisericorde sol. Pero valió la pena, según comenta. Se quedó extasiado con las pinturas de El Bosco a quién considera uno de los grandes y visionarios de la historia del arte. “Cuando viajo siempre organizo mi tiempo y me preparo para visitar lugares sagrados, tales como catedrales y museos”.
Como amante del arte tiene sus predilecciones: “Para mí el mejor museo del mundo, por la calidad de sus piezas es The National Gallery en Londres. Todas las pinacotecas poseen una colección inconmensurable por lo que a veces, deben exhibir piezas históricas,que no son precisamente las mejores de sus fondos. Si yo fuera el director de un museo solo enseñaría lo mejor y lo más importante y luego, tendría un segundo espacio en el que se enseñarían únicamente las conexiones históricas”.
Actualmente además de en Madrid tiene exposiciones en Nuevo México (donde reside), México, Tucson (Arizona) y en octubre inaugurará una en un museo de Buenos Aires y en noviembre otra en Nueva Orleans. No para ni de exponer ni de crear obras nuevas. Ahora, retomando una antigua idea que trabajó en los 70, está haciendo una serie sobre Mujeres como Cristo. “En realidad estoy tan ocupado que tengo que hacer citas, incluso, para ir al baño”.
La exposición de Joel-Peter Witkin permanecerá abierta en la galería Michel Soskine Inc (General Castaños, 9, Madrid) hasta el próximo 30 de julio.