“¡Es que tenía tanto talento… que lo único que podía hacer era repartirlo para no desbordarse!”, anonymous s. XXI (adaptación libre un comentario de una mujer hablando sobre la personalidad de su abuela, oído al pasar en la calle, ). Lo que vendría a ser un cuerno de la abundandacia en sensibilidad. Hay personas que tienen tanto arte -para ver, para sentir, para oír, para oler… se diría que la vida se les cuela por todos los sentidos- que para liberarse de tamaña carga deben expandirse. Les ocurre a los escritores, a los actores, a los cineastas y a los músicos y, precisamente, en estos últimos nos enfocamos…

… Todo por culpa de Joaquín Sabina y su delicioso libro Garagatos de Joaquín editado con una exquistez sublime por la editorial Artika. A este ubetense, cosecha del 49, de jovenzuelo le iba la poesía, no se le cruzaba por la cabeza ni ser pintor y menos que menos cantante. Y mientras él se ocupaba y preocupaba por quedarse con la más guapa de su clase, y en el mejor de los casos escribir una gran novela que pasaría a formar parte de la historia de la gran literatura -porque ama lalectura y los buenos libros-, a la vida le dio igual que ni la música ni la pintura ocuparan una centésima de sus pensamientos.

Este acuariano comenzó a dibujar básicamente porque se le daba fatal. A eso de los 15 años pintaba óleos de ciervos y cazadores, de esos que nadie en su sano juicio colgaría en casa… Vamos, ni siquiera él. Dicen que los acuarianos son fantasiosos, viven con intensidad el presente pero proyectándose al futuro, y seguramente éste ejemplar al percatarse que no llevaba un Leonardo dentro, lo dejó durante muchísimo tiempo, tanto como hasta hace 18 años atrás.

Lo confiesa, incluso entonces el tema seguía sin dársele demasiado bien “pero empecé a divertirme mucho -cuenta-. No soy ni dibujante, ni pintor, pero sí un tipo que sabe mirar, que ha aprendido a mirar y que ama la belleza, la trasgresión y todo lo que hay en la pintura”. Mira por dónde, también dicen de los acuario que son seres que caen seducidos por todo lo novedoso e insólito y que anhelan expresarse de forma original. Necesitan vivir según sus gustos y exigencias, pues odian encasillarse en una vida cotidianamente monótona.

Y así, como quien no quiere la cosa, comenzó a coleccionar cuadernos, grandes, pequeños, más o menos sofisticados, llenos de garabatos que iba haciendo, casi a modo de distracción durante sus giras, porque entre concierto y concierto por eso de cuidar la voz no habla y si no hace algo “me subo por las paredes”, la cosa fue tomando forma.

“Ahora ya es una obsesión, y me he ido sofisticando un poquito, de hecho me han ido regalando cuadernos de mayor calidad. En las habitaciones de hotel me basta con llevar tres o cuatro rotuladores y lápices. Mi autoestima como pintor está por los suelos, y eso de los lienzos sería casi una petulancia, pero un cuaderno lleno de tonterías puede ser divertido”, dice entre avergonzado, tímido y con humildad. “Hace meses que no escribo ni una sola canción, pero todos los días hago cinco o seis dibujos”, confiesa pese a ese atisbo de inseguridad. Y lo dicho, es que el talento se le cae por todos los poros.

Sus temáticas favoritas son los peces, las vírgenes, cruces, toreros, princesas, putas, chonis de novios horteras, amores de segundos, el erotismo … “todo ese mundo de los años 50, de las faldas cortas y apretadas, ese universo de los carteles de Hollywood de la Venus de barriada, que diría Georges Brassens, me ha fascinado siempre y me sigue fascinado”. Es el imaginario que también viste sus canciones, por eso sobra cuando Sabina subraya “soy bastante anti abstracto”. Y sus amores Picasso, Velázquez, Zurbarán o Matisse.

Joaquín R. Martínez Sabina, hijo de un inspector de polícia secreta y de una ama de casa, se declara un “intruso” entre los dibujantes, que se cuestiona por qué otros artistas de verdad no tiene su suerte de tener un libro tan mimado. “Yo toda la vida he pensado y he dicho sin la menor grandilocuencia, que era un impostor”, asegura. “Me gustaba mucho meterme en sitios donde no estás invitado. Eso me pasó con la canción, que al principio fue una cosa de clubes muy pequeñitos, de mandrágoras, de cavas bajas, y luego pasó a grandes escenarios y a América Latina. Nunca lo pensé, nunca lo soñé”. Una posible respuesta sería que no estuvieron ni en el lugar ni en el momento oportuno, pero aunque Sabina no se llamara Joaquín Sabina Garagatos tiene mucho arte. Cada ejemplar, hecho artesanalmente está firmado por su autor (no queremos ni pensar cómo le habrá quedado la muñeca).

La edición de Artika, limitada a una edición limitada de 4.498 ejemplares, a 2.100 euros cada uno, se compone de un Libro de Arte, que incluye un desplegable de casi tres metros de largo, contiene 66 dibujos facsimilares, seleccionados por el artista de su colección personal de cuadernos, son láminas en diferentes tamaños, impresas a cinco tintas. Cada una de estas se acompaña de un texto, con caligrafía del propio artista: versos, fragmentos de canciones o simplemente guiños de humor

Y para terminar, ¿por qué el libro se llama GaraGatos y no GaraPerros? En primer lugar, porque no da para el juego de palabras, en segundo porque convive con felinos y comparando los unos con los otros “Uno no se imagina gatos jugando al fútbol en un circo, o recogiendo quince veces el hueso que te tira un tipo y volver babeando. Los gatos, además de poseer una belleza de movimiento artística, van a su aire, son seres libres, son muy domésticos, ocupan la casa de una manera que tú acabas siendo su siervo y para colmo, hay que mendigarles que te quieran un poquito… Los gatos son absolutamente superiores”, concluye Joaquín. Sin embargo, a él, canalla mayor, listísimo, buscavidas y que le pueden los mimos (lo mismo ronrronea) se le ve muy perro (en el mejor de los sentidos).