“Allí donde la toques, la memoria duele”.
Yeoryos Seferis
Puede parecer una insensatez, pero lo que más me ha impresionado de la exposición Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos -y eso que hay elementos de sobra para ponernos la piel de gallina- son las filmaciones familiares caseras en las que vemos a gente normal disfrutando de la vida: una madre que hamaca a su niño, jóvenes bailando o críos correteando por un jardín… Una secuencia, imágenes simples que rezuman felicidad. Lo cotidiano, el instante. Luego el horror. A todos ellos, con un pasado más o menos dichoso y prometedor, les secuestraron el futuro. La mayoría acabó en el crematorio.
La exposición , hasta el 3 de febrero de 2019 de este año en el Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid, nos acerca a uno de los episodios más oscuros y vergonzosos de la historia del siglo XX: El genocidio nazi que acabó con la vida de 6.000.000 de inocentes y no solo judíos, tal como se suele creer, sino que alcanzó a eslavos, gitanos, homosexuales, prisioneros de guerra soviéticos, discapacitados o, entre otros, testigos de Jehová... Este holocausto dejó en evidencia la capacidad del hombre para cometer toda clase de atrocidades bajo el amparo de un (supuesto) ideal. Recordemos que todos llevamos una bestia dentro, pero también todos tenemos la opción de dejarla suelta o mantenerla a raya. En esta muestra queda al descubierto lo mejorcito del género humano: el ODIO, la estupidez, la crueldad, la pasividad, la cobardía, la penosa vaciedad de las masas, la codicia, la ambición desbocada, los delirios de grandeza, el resentimiento, el deseo de revancha, el sadismo… Todo lo que incluso hoy en día soporta, cobija y fomenta el fanatismo. Pero, por el otro lado, también nos habla de las víctimas: del DOLOR, la humillación, lo indigno, la impotencia, el instinto de supervivencia, la resistencia, el perdón y la memoria.


Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos es una reflexión sobre la naturaleza del ser humano observada en la compleja realidad de Auschwitz, un universo común para víctimas y verdugos.

El hambre consumía primero la grasa, después los músculos y por último el alma de los prisioneros.
- Un zapato rojo, presuntamente elegante y de una mujer que no sabía dónde la llevaban, hasta que su zapato quedó abandonado junto a muchísimos otros de gente asesinada. @Jesús Varillas, cortesía Musealia
Los 2.500 m² de esta exposición resultan un espacio descomunal si lo comparamos con el que compartían día a día, y en condiciones infrahumanas, las personas encarceladas en Auschwitz, a las que habían despojado de todo, incluida su identidad convertida en un número. El único afán de todos ellos era llegar vivos al día siguiente, con la esperanza de que esa pesadilla acabara. Pero no era una pesadilla, era la realidad. Mucha de esa gente falleció a causa del hambre, del trabajo extenuante, las ejecuciones, torturas y castigos de distinto tipo, enfermedad y epidemias, experimentos pseudo-científicos y las duras condiciones en el campo.
En palabras de Noah Klieger, uno de los supervivientes de Auschwitz que visitó recientemente esta exhibición: “Mi principal objetivo era sobrevivir -algo que entonces, ni él mismo creía posible-, y el segundo, poder contar a cuanta más gente de mundo que quisiera escucharme, todo lo que allí ocurrió. Quiza consiga convencer a alguno de no volver a actuar de aquella manera, no odiar a otras personas, y menos que menos matarlas”. Noah lo consiguió, sobrevivió, y, sí, lleva más de 70 años trasmitiendo este mensaje, “Es mi misión”, asegura. Solo en Auschwitz murieron más de 1.100.000 de seres humanos asesinados a manos de las huestes de Hitler. ¿El motivo? La ceguera del odio y el ansia de poder.




Durante un recorrido de casi tres horas (con audio guía) por Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos nos empaparemos de los “secretos” del campo, desde antes de su creación, de cuando Hitler puso en marcha esta maquiavélica máquina de matar, sobre la vida cotidiana de las víctimas, el exterminio y su liberación. El broche final lo ponen los escalofriantes testimonios de algunos de los supervivientes. La muestra nos descubre mediante documentación, cómo pudo llegar a existir un lugar como Auschwitz, cuáles fueron sus consecuencias y, sobre todo, nos sugiere que NO OLVIDEMOS lo ocurrido.



En las 25 salas expositivas veremos objetos originales, maquetas, reconstrucciones y numeroso material fotográfico y audiovisual inéditos. Son más de 600 objetos personales que sí sobrevivieron al mayor campo de concentración, trabajo forzado y exterminio nazi. Piezas que alguna vez tuvieron un dueño: maletas destartaladas, juguetes rotos, ropitas desgarradas, brochas de afeitar con apenas pelo, ceniceros, gafas, medicamentos inútiles (que no iban a ser la salvación de ningún preso) o muchísimos zapatos. También se exhiben elementos estructurales del campo, como un barracón original procedente de Auschwitz III–Monowitz, uno de los subcampos de Auschwitz destinado principalmente al trabajo forzado, y un vagón original de la compañía nacional alemana de tren, la Deutsche Reichsbahn –en los que se llegaba a hacinar a 80 personas en cada vagón de apenas 20m²– de los que se usaban para el traslado de soldados, prisioneros de guerra y judíos deportados hasta los guetos y campos de exterminio.

Página del panfleto Der Untermensch (Los infrahombres), 1942, en el que figuran comisarios soviéticos capturados.
Pero Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos también nos habla de los verdugos, sus medios, su mundo y la realidad de los miembros de las SS, la fuerza ejecutiva ideológica del nazismo que creó y operó en el mayor de estos campos. Veremos su vestimenta, sus relucientes botas, la idílica vida familiar que tenían los altos mandos que vivían en Auschwitz; objetos como el Juden Raus (“Judíos Fuera”) un juego de mesa infantil, al estilo parchís, pero antisemita, una de las mesas de operaciones e instrumentales del equipo del doctor Mengele, latas del letal gas Zyklon B o un reproducción a escala real de la puerta usada en las cámaras de gas de los crematorios 2, 3, 4 y 5, así como documentos que demuestran cómo los nazis engañaron al pueblo alemán recurriendo a la propaganda, el cine, la radio, las universidades, a filósofos, artistas, compositores y una larga lista de medios de manipulación y mentiras de enorme calaña.

Auschwitz hoy en día el mayor cementerio del mundo y símbolo universal del Holocausto. Exhibiciones cómo ésta nos recuerdan injusticias y horrores que no hay que olvidar… Pero lamentablemente, más de 70 años después, ha habido mucho desmemoriado -pensemos en Vietnam, los genocidios de los Balcanes o Myanmar, entre algunos- y los sigue habiendo. Lo llamativo e incomprensible es que casi siempre son personas con acceso al poder. Es esa terrible amnesia lo que les lleva a repetir la historia una y otra vez y cada vez con mejores medios. Pero aquí no vamos a hablar de esos otros muros, de los nacionalismos descabellados, del fanatismo o de sitios tan abstrusos como, por ejemplo, Guantánamo.
Recordar y tener presente la mayor masacre perpetrada en el siglo XX es un imperativo para la educación de las nuevas generaciones.

Piotr M.A. Cywiński, director del Museo Estatal de Auschwitz – Birkenau de Polonia, en la inauguración de la exposición subrayó: «Auschwitz no es solo un recuerdo extremadamente doloroso del pasado. Hoy asistimos a un aumento alarmante del antisemitismo, del racismo y la xenofobia en muchos países. La historia de Auschwitz lamentablemente está asumiendo un nuevo y significativo papel como advertencia para el futuro. La paz no es definitiva. Por este motivo todos debemos salvaguardar a diario la igualdad de derechos, el respeto, los derechos humanos fundamentales y la democracia. La pasividad y el consentimiento son conceptos casi equivalentes a la causa del mal», concluyó.


Muchos de nosotros supimos lo que ocurrió en la II Guerra Mundial, por medio de lo que nos contaban las películas, algunas series de televisión y un poco más en profundidad los documentales. Pero no teníamos ni idea de las dimensiones de esa masacre. Noah Klieger, que no olvida ni un solo día de su vida lo que vivió, agradece que haya exposiciones cómo ésta, pero sin embargo, reconoce que “jamás se podrá mostrar lo que nosotros pasamos, no se puede enseñar cómo nos sentimos cuándo veíamos que miles de los nuestros eran asesinados cada día”.

Hasta ahora el mejor modo de comprender la magnitud de los horrores cometidos por la Alemania nazi en Auschwitz era viajar hasta la pequeña localidad polaca de Oświęcim. Más de 2.000.000 de personas acuden anualmente allí para ver los auténticos restos del campo, hoy convertido en símbolo universal del Holocausto y muestra de la trágica debacle de los valores humanos durante la II Guerra Mundial. Ahora, por primera vez en la historia, una exposición coproducida por el Museo Estatal de Auschwitz–Birkenau y la compañía española Musealia recorre las principales capitales del mundo. En Madrid, Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos estará hasta el 3 de febrero de 2019.
Un poco de memoria
Todo empezó en 1919 con el nacimiento del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y sus teorías racistas de extrema derecha. ¿Sus fundamentos?: la oposición al comunismo y a la democracia y el odio a los judíos (aversión que luego se amplió hacia los gitanos, los homosexuales y a todo aquel que no aceptara sus ideales, todos ellos responsables de los males de la nación), así como la defensa del darwinismo social y la supuesta superioridad de la raza «aria», que, en su opinión, debía gobernar el mundo.
El crac del 29, la depresión económica mundial, la pobreza de la población, el desempleo y la humillante derrota de Alemania tras la I Guerra Mundial y el castigo impuesto tras el tratado de Versalles, creó el caldo de cultivo para que en 1933 surgiera como un superhéroe, el “salvador del destino de la patria germana”: Adolf Hitler. Ganó las elecciones, prometiendo, cómo no, que Alemania recobraría su esplendor de otrora (¿de qué me suena esa cantinela?).
Y así se institucionalizó el antisemitismo. Se comenzó a cercenar los derechos de gran parte de la población: se organizaron boicots antisemitas, quemas de libros y paulatinamente se promulgó legislación antijudía con el objetivo de empobrecer y segregar cada vez más a parte de la ciudadanía alemana. En sus últimas consecuencias, y tras una cruel escalada de violencia antisemita, este odio desembocaría en el asesinato sistemático, auspiciado por el estado, de personas consideradas “enemigas” de la nación alemana: como decíamos, judíos, eslavos, gitanos, homosexuales, prisioneros de guerra soviéticos, discapacitados o, entre otros, testigos de Jehová.
En 1919 Hitler definió a los judíos como un grupo racial; de modo que para los nazis incluso aquellas personas cristianas con abuelos judíos eran consideradas “infrahumanas”. Pero el Führer no tuvo en cuenta un pequeño detalle: ser judío no equivale a pertenecer a una raza ni una nacionalidad. Los judíos no comparten rasgos genéticos o biológicos diferentes de los del resto. Su único nexo es la tradición cultural, histórica y religiosa. Así pues, hay judíos de todas las razas, al igual que cristianos, budistas, etc. De esta manera, no es necesario nacer judío para serlo. Ser judío es sencillamente una opción personal… Y desde luego, no se tuvo en cuenta.
Tema dolorosisimo, pero indispensable de tratar. Estuve en esa exposición y es tal cual la relatas. Me gustó mucho tu perspectiva de la cotidianeidad. Gracias!
Gracias a ti! ❤️
Da miedo que nuestra realidad actual da señales de que eso odio al otro cada dia esta mas presente en la política mundial.
Por eso es importante el “No olvidar no olvidarse”. Muchas gracias por tu comentario.