El fotógrafo chino Ren Hang tenía 29 años, en un mes hubiera celebrado sus 30. Pero el 24 de febrero se lanzó desde el piso 28 de un edificio en Pekín, otras fuentes dicen que lo hizo en Berlín (el desenlace, fuera donde fuera, de todos modos es el mismo). Cual un escudero fiel, una demoledora depresión le acompañaba incondicionalmente. Hablaba abiertamente de ella e incluso dejaba constancia en su web, en la que escribía poemas y notas sobre sus obsesiones, su desesperación y sus crisis existenciales. Jamás renegó de su abatimiento, y fue el que quizá le dio el empujón definitivo. Cómo decía Bernard Shaw: «La juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo». ¡Mierda! Con todo lo que le quedaba por descubrir, vivir, crecer, cambiar y crear… Qué pena, qué equivocación.»Cada año tengo el mismo deseo: morir una muerte temprana» escribía el pasado enero en la red social china Sina Weibo, «Espero que ocurra este año».
Antes del fatal suceso, Dian Hanson, editora del volúmen, explicaba que desde hacía años buscaba un libro que explorara la sexualidad en China, y Ren Hang, nacido en Chang Chun en la provincia de Jilin, al noreste de China, superó todas sus expectativas. «Sus fotos juguetonas de jóvenes amigos, hombres y mujeres, abren una ventana fascinante a la libertad sexual en una sociedad, por otro lado, bastante conservadora”.
Nunca sentí que la desnudez fuera lo más importante de capturar; solo siento que es más natural y más atrayente. Además, mis amigos confían mucho en mí. R.H.
En China Hang era un proscrito.Y aunque renegó repetidamente que su trabajo tuviera algún matiz político -«La política de mis imágenes no tiene nada que ver con China. Es la política china la que quiere intervenir con mi arte», declaró a Dazed en 2015- no pudo evitar que en su país, donde las autoridades virtualizan, disfrazan o censuran la realidad, consideraban su obra como «pornográfica» y «obscena». «No poder hacer lo que te gusta en tu propio tierra es una manera muy trágica de vivir», dijo en alguna ocasión este artista que residía en Pekín. Para algunos chinos los desnudos son tabú, para Ren, un poeta tanto literario como visual, eran en cambio su caligrafía. No todos sus compatriotas querían leerle o que le leyeran, por eso le perseguían, lo arrestaron varias veces, le confiscaron su trabajo y cerraron en repetidas ocasiones su web y sus cuentas en redes sociales.
Mis besos pueden ser finamente trazados en línea,
como la serpiente que se desliza a través de cada roca áspera
en el arrecife de tu tembloroso cuerpo.
Después te conviertes en serpiente, yo me convierto en roca,
y aún después todos nos convertimos en serpientes, entrelazadas,
nos convertimos en rocas, golpeándonos el uno al otro».
(Fragmento de «Amor», un poema escrito por Hang en 2016)
En la vida todo es según el color del cristal con que se mire y Ren Hang la miraba según los colores que la vida le regalaba a través del objetivo de su analógica. «Nunca planeo las sesiones, y hago fotos siempre que me apetece. Es algo así como satisfacer tu sed. Espero los momentos naturales de belleza, casi tropezando con ellos», decía. Según la Rae, algo analógico dicho de un aparato o de un sistema, es el que «presenta información, especialmente una medida, mediante una magnitud física continua proporcional al valor de dicha información». Pero ahora vivimos una existencia digitalizada, en la que las plantas, los animales o el humo con los que el fotógrafo ornamentaba sus desnudos pueden ser virtuales, tanto como lo que los demás puedan pensar de ti. Lo real no tiene porque ser real en realidad (valga la redundancia) y Hang era descaradamente veraz al reflejar su esencia en cada imagen. Vivía con obstinación en el más puro presente, negándose a planificar sus fotos o su futuro. Su lema era «nada importa excepto el momento». Practicaba los dictados del ahora y a mucha gente eso no le gustaba.
¿El éxito? No sé lo que significa. Me gustaría que la vida transcurriera sin más. Suavemente».R.H.