«Cartas a Roxane»: el origen de una leyenda

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Cartas a Roxane es una comedia, un vodevil y como tal, en algunas secuencias, el espectador espera que el personaje se lance a cantar, pero no, nadie canta. Aún así el largometraje, al estilo del Moulin rouge de Luhrmann, podría haber sido perfectamente un musical, ligero, dinámico, con un punto cándido y otro entrañable: en resumidas cuentas es un espectáculo (dentro de otro espectáculo. la trama). Las nominaciones a mejor diseño de producción y mejor vestuario en los Premios César de 2019 ratifican que no se han escatimado medios, ideas y sobre todo ilusión.  Edmond, título original de la película -¿quién sabe por qué esa manía de cambiar los nombres?-, supone el debut como director de largometrajes del actor y escritor Alexis Michalik, que se basó en su propia y triunfal obra teatral para llevar a la gran pantalla esta entretenida tragicomedia. No solo la dirige y firma el guión, sino que también da vida a uno de los personajes, Georges Feydeau… Casualmente un autor exitoso de entonces.

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Cartas a Roxane nos traslada a un París inmerso en la fragancia de la Belle Époque a finales del siglo XIX para contarnos, la génesis y el proceso de creación de Cyrano de Bergerac, la obra cumbre y clásico por antonomasia del teatro francés. Lo hace a través de los vicisitudes de Edmond Rostand (Thomas Solivérès), un poeta y dramaturgo soñador, víctima de un bloqueo creativo total, que lleva unos cuantos fracasos a sus espaldas. El joven está  levemente desesperado porque tiene serias dificultades económicas y una familia a la que alimentar. Pero su suerte está a punto de cambiar cuando su admiradora y gran actriz Sarah Bernhardt (Clémentine Célarié) le presenta al reconocido actor Constant Coquelin (Olivier Gourmet). Tras el encuentro, este último insiste en quiere y va a interpretar la próxima obra de Edmond. ¡Genial! Pero hay unos detalles sin importancia: Edmond  no tiene ni una línea escrita, aunque sí el título “Cyrano de Bergerac” y que el estreno deberá ser en tres semanas.

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Edmond Rostand (Thomas Solivéres), al tiempo que ensaya su «Cyrano» va escribiendo y cambiando la obra.

Tal como señala su director, en su película «todo se mueve, bulle, rebosa de gente, los cambios de decorados son muchos y acontecen a la vista. Hay humor, emoción, poesía y ritmo». La fotografía es otro de los puntos fuertes de esta obra, ya que con planos y ópticas muy bien elaboradas nos da otro punto de vista sobre las varias historias del guión. Cartas a Roxane, sobre todas las cosas, es un oda al teatro y el universo que lo conforma. El propio Michalik es quien lo advierte: «Mi película es una declaración de amor al teatro, a sus actores, a su artesanía, y a sus ilusiones. No hago sino evocar a Rostand. También he incluido a Feydeau, Courteline, Sarah Bernhardt, Coquelin, etc. En suma, todos esos autores y actores que en aquella época sabían generar sobre el escenario verdaderos acontecimientos populares hechos de gracia y comicidad, festividad, poesía y drama».

Y en su tour  Michalik -al tiempo que narra la historia de Edmond y la puesta en marcha de Cyrano en todos los sentidos- nos habla de los malabares que se hacían para conseguir los dineros para la obra; del martirio y el placer de los ensayos; los quebraderos de cabeza que a veces suponía el atrezo, solucionar cuestiones técnicas, de vestuario o con el casting de actores… En este apartado, al hablar de aciertos es obligado mencionar a un magistral  Olivier Gourmet (Coquelin/ Cyrano) y una deslumbrante Mathilde Seigner (Maria Legault/Roxane).

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Olivier Gourmet hace una doble interpretación magistral la de Constant Coquelin y la de Cyrano.

No ocurre lo mismo con el Edmond de Thomas Solivéres, que podría haber dado más de si. Puede que sea una cuestión de la caracterización: un mostacho demasiado relamido y ¿grande o pequeño? para la cara infantil del joven actor; quizá que su vestuario parece cogido del armario de su padre. También puede tratarse de una falta de sintonía con la potencia interpretativa del resto de los actores. A su personaje, tímido, dubitativo y consternado le falta intensidad. Y no se debe al contraste con el resto de personajes, mucho más histriónicos y sonoros, ya que Igor Gotesman, que interpreta a Jean Coquelin, el hijo de Coquelin, algo lelo y muchísimo menos expresivo, borda su papel.

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El estreno de Cyrano de Bergerac, tanto en Cartas a Roxane como cuando ocurrió en París en 1897, fue como la crónica de un éxito anunciado.

En su estreno original en el teatro Porte-Saint-Martin de París en 1897, Cyrano de Bergerac, en pleno auge del naturalismo y el realismo, tenía todas a su favor para ser un estrepitoso fracaso. Rostand se lanzaba al estrellato (o a estrellarse) con un pieza de cinco actos, de aventura y romance, ambientada en el siglo XVII y ¡en verso!. En Cartas a Roxane hay una escena entre Coquelin y Maria Legault, antes del estreno de su obra, que da fe de lo que debieron sentir los primeros protagonistas de este clásico francés y el amor de Michalik por el teatro.

Cyrano: «Los grandes actores soñarán con hacer Cyrano, y las actrices de Roxane».

Roxana: «¡Esta noche es nuestra noche!»

C: Sí, pero mañana…

R: ¿Por qué pensar en mañana? Para los actores el mañana no existe. Lo que existe es el público, el espectáculo, el instante. Somos artesanos de lo efímero. ¡Vamos a enseñarles nuestro arte!

No siendo un documental, y con abundancia de realidades ficticias -por cierto los idílicos decorados de París, con toda la esencia y una fidelidad preciosa a la Belle Époque fueron rodados en Praga-, tramas y subtramas, Cartas a Roxane es muy fiel a la historia y época del nacimiento de Cyrano. Con una primera parte un poco lenta y falta de emoción, el filme se deja ver, entretiene, despierta un buen surtido de sonrisas, alguna risa, pero no será uno de esos títulos que pasen a la filmoteca de nuestras memorias.

 «Cartas a Roxane» llega este viernes a salavirtualdecine.com y en plataformas digitales como Movistar+, Rakuten TV, Vodafone, Apple TV y Google Play.

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